INi o. 57
||gp®a2¿ COMPLOT DEÍ;;iSl!feÍS^^P||
^^^híías DE
FESTIN DE LOS LOBOS, de Cayol. (Agotí
PICADA, de García Amello, so. (Agotada). — A.
SAME, I
: LA HORA
tens .
N> G) : LAS TERMAS DE COLO COLO, de G;
familia, 1
Segundo tomo
N.o 14: EL NOVIO DE MARTINA de Dar
LA MONTAÑA DE LAS BRUJAS, de Sánch
N.° 16: TRABAJO FINO, de Darthés y Darr
; - GROSAS,
— N> 19: LA DAMA DE COEUR, de Iglesia:
ZUELO, jjgf (^gjfSlPLOMACIA CONYUGA!
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C ONQUI S IA.
^^éMandato
ILORCIJUOkAÍI'Í
at urbana-champajgn
OAK STREET
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revista teatral
PUBLICA EN CADA NUMERO UNA OBRA
DE EXITO EXTRAORDINARIO DEL
TEATRO NACIONAL
Administración y Dirección
BALCARCE 345
232, AVENIDA
APARECE
LOS SABADOS
FUNDADOR:
FEDERICO MERTENS
ADMINISTRADOR:
NEMESIO A. FERRARI
Año II. Buenos Aires, Mayo io de 1919 Núm. 57
APUNTES PARA LA HISTORIA
“La novia de Zúpay”
Consecuencia del profundo
cosmopolitismo que hoy vivimos
es la ausencia que se nota en
nuestros escenarios de los pin-
torescos tipos de tierra adentro,
de sabroso y sonoro hablar. Se
posterga y se desecha lo provin-
ciano, lo gaucho, lo sobriamente
campero, como si quisiéramos
olvidar nuestro reciente ayer,
para engañarnos a nosotros mis-
mos con una ilusión de moder-
nismo que suele no ser más que
un muy ténue barniz que se
resquebraja fácilmente.
Vamos cada día cayendo más
y más en lo indefinido, y así nos
toca presenciar «éxitos» de co-
medias-calificadas de «bien escri-
tas» por quienes se asen tran-
quilamente a la socorrida frase
para aparentar sapiensa que no
poseen— que son en puridad tris-
tes ñoñeces que más parecen
desahogos de solteronas nove-
leras que fruto de pluma va-
ronil.
Por eso hoy, al publicar “La
novia de Zúpay”, experimenta-
mos la íntima complacencia de
contribuir por medio de la difu-
sión de BAMBALINAS a que
se valore una vez más todo lo
mucho que valen las cosas nues-
tras, tan sentidas, tan simples y
tan profundas a la vez.
Ese soplo de tragedia que ex-
tremece a los personajes de “La
novia de Zupay”, que es el Zon-
da con todos sus horrores, el
negro principio, el retador pi-
cacho y el monte misterioso, es
el trasunto del alma primitiva de
los sobrios mantenedores de ese
carácter nacional que vamos de-
jando en despojos al margen de
inquietantes comedias llamadas
psicológicas.
En el próximo número
de De Rosa y Folco
el más completo éxito del año.
Qarlos SchaeferGallo
A Juan Pablo Kchagüe, de quién recibí la primera palabra
de aliento y esperanza en la hora dolorosa de la iniciación.
Buenos Aires 19x9. EL autor.
La novia de Zúpay
LEYENDA REGIONAL EN 2 ACTOS Y UN INTERMEDIO POETICO
Estrenada el 26 de Mayo de 1913 en el Teatro Nuevo
de esta Capital por la Compañía Pablo Podestá.
reparto
Margarita Sra. Angelina Pagano
Míchi » María Cambre
Gualberta » Orfilia Rico
Manuel Sr. Pablo Podestá
Ricardo » A. Ramírez
Protasio » Julio Escarsela
jua* » Elias Alippi
Peones, Paisanos y Devotas
Acto primero
A la izquierda, primer término, fragmentos de la parte trasera de un galpón, som-
breados por un frondoso algarrobo. Junto al árbol, un catre armado a lonjas,
de cuero sin curtir . En segundo término, yuyos y arbustos . A la derecha, primer
término, una gran roca. En segundo término, ángulo dq una rústica casa de
piedra, cuya puerta queda totalmente visible. Cuatro escaños de granito se
elevan hasta el umbral. Al foro, de izquierda a derecha, una amplia Carretera.
Montañas escalonadas, al fondo. En el escenario algunos >,troncos y piedras. De-
recha e izquierda del espectador.
Acción: en “Villa Guasayán” (Santiago del Estero). Epoca: 1889.
Protasio y Gualberta
(Es la hora de la siesta. Al levantarse el telón , Protasio aparece tendido
sobre el catre , bajo la sombra del algarrobo . Un rayo de \sol, colándose por en-
tre el ramaje' le ilumina la cara . Hay una pausa larga).
GUALBERTA. — ( Entra por la derecha con un cántaro en cada mano) .
¡Qué barbaridá ! A éste no me lo deja la peste en todito el día. ¡Che, Pro-
tasio! ¡Protasio! ¡Levántate, hombre, que t'está flechiando el sol!
PROTASIO. — (Desperezándose) . ¡Ta con el coyuyo éste, hom! ¿Me vas
a dejar dormir, o no?
GUALBERTA.— ¡Pero si t'está flechiando el sol!
PROTASIO. — ¡Correm'el catr 'entonces, po!
GUALBERTA. — Sí, pues... Yelay viá tirar las tinajas pa correrte...
PROTASIO. — Nay entonces... * .,
GUALBERTA.— ¡Pero anda, toma un poco de aire, hombre! Ueno aurita
te va venir la fiebre. Anda lavate la cara y mojat'el pelo en la represa ( e 10
mutis izquierda) . \ Levántate, hombre, levántate !
PROTASIO. — (Sin moverse). Velay, m 'estoy levantando...
GUALBERTA. — ( Que al salir , encuentra a Juan, quien a su vez, entra).
Ayestá el guapo... ( indicando a Frotasio) . Más arruinao que zorro salinero.
Hagaló levantar, Juan... ¡qué barbaridá! ( V ase ).
Frotasio y Juan
JUAN. — ( Sacudiendo a Frotasio) . ¡Eh amigazo, arriba! ¡La gran flauta
qu'és dormilón!
FROTASIO. — ( Soñoliento ). Correm'el catre entonces, po.'. .
JUAN. — ¿Y p 'ánde lo vía correr?
PROTASIO . — "{incorporándose con pereza). ¡Mvé! ¿Cómo le va, Juan?
Estaba creyéndome quiera la Gualberta. . . ( Sentándose al borde del catre).
¿Parece como que hubiera amaneció ya, no?
JUAN.— (Riendo) . ¡Dejuro! ¡Como que han de ser las tres de la tarde!
PROTASIO. — ¡Mvé!... ¡Ta la calor que hace! ¿Lloverá, Juan?
JUAN. — No ha de llover, ño Protasio... a no ser que llueva...
PROTASIO. — ¡Malhaya con el tiempo! ¿Quiere pitar, Juan?
JUAN, — Pitemos, ño Protasio.
PROTASIO. — Güeno, pas 'entonces un chala... ( Lian pausadamente los
cigarrillos , los encienden con yesca, y aspiran con fruición grandes bocanadas
de humo) .
JUAN. — Tengo alguito pa preguntarle, ño Protasio.
PROTASIO. — Pregunte no más sin miedo, que le vía contestar.
JUAN. — Es algo muy serio, ño Protasio; no e chacota, no...
PROTASIO. — ¡Na! ¿M 'estoy riendo, acaso? Pregunte de una vez, hombre.
JUAN. — ( Mirando a todos lados con recelo). Digamé, ño Protasio...
¿La... Margarita... e güeña mujer?
PROTASIO. — ¿La Margarita? No 1 'entiendo. ¿A qué llamará güeña usté,
po?. . .
JUAN. — ¿No sabe nada, dejurito, no?
PROTASIO. — Asigún de qué se trate.
JUAN. — Yea, ño Protasio... este... la Margarita...
PROTASIO. — Paese como que tuviera miedo e decir. Desembuche, no más. . .
JUAN. — ¿Miedo? Pueda que sí, ño Protasio... ¡El caso es que... la
Margarita, ¿sabe?... e novia e Zúpay!
PROTASIO. — ( Aterrorizado ). ¡Novia e Zúpay! ¿Qué dice, Juan? ¡Novia
e Zúpay! ¡No... no puede ser!
JUAN. — ¿Que no puede ser? ¡Yo mesmito lo vide! ¡Qué me caiga muerto
si miento, po!
PROTASIO. — ¿Usté lo vido? ¿Y qu'és lo qu^ vido?
JUAN. — ¿Qu'és lo que vide?... ¡Tata Dios me proteja! Jué anoche, ño
Protasio... Como pa no crérlo, es... Si, pues... Güeno. Yo pasaba po aquí,
velay, po la¡ carretera, al tranco e mi muía. No se devisaba ni un árbol, ni
una piegra, nada... Todito el campo enlutao y quietito... Noche negra, ño
Protasio, como concencia e picaro ... En un redepente, se abrió la ventana el
cuarto e la Margarita ... Se abrió la ventana y . . . ¡lo que vide, ño P rotasio !
¡Jué como un rejucilo!... ¡Como si ardiera un rancho!... ¡Y en medio e una
humareda bárbara, qu 'envolvió todita la casa, apareció... ¡ hermanito ! . . . el
mesmito Zúpay!
PROTASIO. — ¡Zúpay! ¿Está seguro, Juan?
JUAN. — Sí, ño Protasio... ¡No podía ser otro! Las llamas eran, claro,
juego el infierno . Güeno . . . dispués la vide a la Margarita qu 'estaba conver-
sando con Mandinga, con él mesmito, ¿sabe? Tenía dos aspas como de toro,
y patas de chivo. ¡Echaba lumbre po los ojos, y con unas uñas asina, como
cuchillos, l'acariciaba todita enter'a la Margarita! Tenía el cuerpo peludo, como
si juera, ni más ni menos, una oveja sin trasquilar. Yo quise pegar un grito,
y se m'hizo un ñudo en el cogote, ¡palabrita, un ñudo! Le asenté un guascazo
a la muía, y el animal disparó, como zúri, pa la querencia, y no paró hasta
pechadiar el palenque. . . Estaba empapao en sudor el animal. . . Yo tamién. . .
¡Y ahura, digamé si e güeña mujer la Margarita, ño Protasio!
PROTASIO. — ¡No! No é güeña... no puede ser güeña... ¡Fijensén la
gnascha, malhaya! Güeno... Pero veya, Juan... ¿P a qué le vía mentir?...
Yo sospechaba que la Margarita juera novia e Zúpay. . . La historia e la
Margarita es muy parecida a otra novia e Zúpay que anduvo por estos pagos.
Se llamaba Carmen, y una vez despareció' en una noche e tormenta, porque él
se la llevó pal infierno. ¿Usté no sabe cómo jué hallada la Margarita?
JUAN. — Me han contao qu'es guascha no más...
PROTASIO. — Resulta que una noche la encontramos a ella junto con un
hombre, cáidos en el bajo, junto a la barranca. Los llevamos pa la casa e
don Ricardo, y el hombre murió en seguidita, sin hablar ni una sola palabra.
El hombre tenía una cicatriz blanca en la frente. Y ansina es como deja los
rastros la luz mala. . .
JUAN. — Entonces, ¿la luz mala ios habia Atropellado en el camino?
PROTASIO. — Si pués. Estaba bajo el mancarrón, bien aprietao... El
mancarrón, cuando nosotros juimos a levantarlo, juyó echando chispas y dejó
una edentina como de azufre ... El hombre murió en seguidita no más . . .
Tenía la cicatriz de la luz mala en la frente. Era una cicatriz blanca ¡y
f resquita como... ¿cómo qué le diré?... como un tajo en el salitre, eso es...
como un tajo de cuchillo en el} salitre. Ese hombre, dicen que era el padre
e la Margarita, y que jué muerto por Zúpay, pa quitarselá d'ese modo a la
chinita ...
JUAN. — ¿Y la Margarita no tenía nada cuando la encontraron?
PROTASIO. — No, la Margarita se habla desmayao, de susto no más. Pero
cuando golvió en sí, nos dijo que había visto en la escuridá a un hombre con
cuernos y patas de chivo, que despedía luz por todito el cuerpo... Ya la co-
noce usté como es de rara la chinita. Vive aquí, en la estancia, como de lás-
tima, sólita en un cuarto viejo, y sin embargo, no se da con naides, ni/ con
los paisanos, ni con las viejas, ni con las demás muchachas de la Villa. . .
JUAN. — ¿Por eso sospechaba usté que juera novia e Mandinga?
PROTASIO.— -Claro, po. (Fausa) .
JUAN. — Y ahura, ño Protasio, hay algo más serio...
PROTASIO. — ¡Entuavía! . . . Diga, no más, Juan. . .
JUAN. — Güeno. . . Resulta que. . . su hijo Manuel. . .
PROTASIO. — ¿M ?hijo Manuel? ¿qué hay con m'hijo?
JUAN. — Güeno, si sAenoja no le vía decir nada, ño Protasio...
PROTASIO. — Diga de una vez, Juan, que no m 'enojo...
JUAN. — No s 'enoje, ño Protasio, pero. . . yo lo vide a su hijo Manuel que
la besab* a la Margarita . . .
PROTASIO. — ¡A m Ahijó Manuel! ¡A m'hijo besandolá, dice, a la Mar-
garita! Malhaya si miente, Juan, porque...
JUAN.— ¿Y pa que le vía venir con cuentos, po?. . . Velay, aliicito los vide,
junto al potrero, a su hijo Manuel y a la guascha. . .
PROTASIO. — ¡M'hijo con la perra esa! ¡M'hijo con esa condenada! ¡Con
la novia e Zúpay! ¡No, no puede ser! Vía buscarlo. . . Sí. . . no hay que perder
tiempo, antes qu'el muchacho se condene... Vamo, Juan, vamo. Vía buscarlo a
Manuel. . <
JUAN. — Güeno, vamo... Pero, no le diga que yo se lo he avisao, ño
Protasio, porque a mí no me gusta andar con cuentos...
PROTASIO. — Güeno. . . no le diré. . . Vamo. ( Mutis por foro) .
Manuel y Margarita
( Aparece Manuel por la izquierda , sombrío , golpeando con el talero todo
lo que encuentra a su paso. Mira a todos lados , como buscando a alguien, y se
sienta 'en el catre. Pequeña pausa ¿ Se levanta, vuelve a mirar a todos lados,
visiblemente preocupado, para sentarse nuevamente con honda tristeza. Mar -
garita , que lia aparecido por el foro, se adelanta con lentitud hasta colocarse
al lado de Manuel) .
MANUEL. — ¡Margarita! Créiba que no venía... Como pa mí se está
golviendo tan arisca ... ¡Pa mí... que la quiero tanto . . . como naides !
MARGARITA. — Manuel... no me hable así... No tiene por qué hablar
así. . . Pero. . . ¿para qué me llama?
MANUEL. — ¡Que pa qué la llamo!... Y lo dice ansina. . . como quien
tiene miedo... ¡que pa qué la llamo! ( Tomándole las manos). ¡Pa verla/
pa tenerla cerquita, pa oyer su vocesita e pajarito cantor, pa mirar sus ojos,
que son como de urpilita, pa quererla más, pa... eso la he llamao, Margarita!
MARGARITA. — No, Manuel... ¡deje de quererme! ¡No puede ser, no
puede ser í
MANUEL. — ¡Que no puede ser! Pero ¿por qué? ¿Por qué no puede ser?
MARGARITA. — No me lo pregunte, Manuel... ¡no puede ser! Déjeme
olvídeme... ¡Se lo pido por favor!
MANUEL. — ¡Pero si no es posible que dej7e quererla, Margarita! Si no
hago más que pensar . en usté, en pensarlo todito el día, dende que amanece,
dende que abro los ojos, y eso, cuando no me lo paso la noch 'entera despierto,
oyendo los ruidos e la hora, y esperandolá verla venir en sueños, pa darme juerzas
p'al trabajo... ¡Si no vivo más que pa usté! ¿No compriende, Margarita?
Ma digamé: ¿No compriende?
MARGARITA. — Manuel. . . Usted sabe que yo sufro, que soy una guascha,
que no soy nadie, que vivo aquí de lástima, que don Ricardo^ me recogió por
caridad. . . Y por éso, porque no soy nadie, porque sufro, usted, Manuel, no
debe aumentar mi pena... Déjeme sólita... Váyase lejos... Trabaje, olvíde-
me... ¡Tranque las puertas del corazón!
MANUEL. — {Sollozando) . ¡Pero si no tengo juerzas pa tanto! ¡Si eso
y quitarme la vida es lo mesmito! ¿Cómo quiere que la .olvide, Margarita?
MARGARITA. — ¡Es que no es posible, no es posible! ¡Suélteme, Ma-
nuel, suélteme! ( Retirándole las manos). Yo no soy para usted, para ninguno,
¡para nadie! ( Mutis rápido por la derecha).
MANUEL . — ¡ Margarita ! ¡ Margarita ! ( Siguiéndola ) . ¡ Oigamé viditaj,
oigamé ! . . .
Manuet y Protasio. ( Este aparece por el foro a las últimas palabras de Manuel)
PROTASIO . — ¿ P 'ánde vas?
M ANU EL . — ( Deteniéndose ) . ¡ Tátay !
PROTASIO.— ¿P'ánde ibas?
MANUEL. — ( Confundido ). Yo... este... rumbiaba p'allú...
PROTASIO. — Te andaba buscando.
MANUEL. — ¿A mí? ¿Y di ahí, pa qué?
PROTASIO. — Vení, sentate. . . ( Sentándose en el catre) t
MANUEL. — ¿Es p Rabiarme, tátay?
PROTASIO. — Vení, te digo, sentate... ¿qué te pasa que andas medio
apenao ?
MANUEL. — {¡Sentándose en una piedra). ¡Ando enfermo Tátay!
PROTASIO. — ¿De amor... u qué?
MANUEL. — {Sobresaltado) . ¡Quién le ha mingao que averigüe!
PROTASIO. — ¡Levántame no más la voz! ¡Levántame la voz! ¡Es Púni-
co que te faltaba!
MANUEL. — Güeno, Tátay, no s 'enoje... ¡No le vía levantar la voz!...
{Pausa) .
PROTASIO. — Decime: ¿la quieres a la Margarita?
MANUEL. — ¡Sí, Tátay, mucho! ¿Y usté?
PROTASIO. — ¿Con que la quieres, no? Güeno. .. ¡Es necesario que ahurita
no más la eches juera el alma! ¿Y ahurita, no?
MANUEL. — {Con arrebato). ¿Qué dice... qué dice? ¿Usté sabe lo que
habla, Tátay? Ma digamé: ¿Sabe lo que habla?
PROTASIO. — ¡El que no sabe nada, sos vos, idiota! Yení, vení, aten-
deme, iñorante. . . Oyéme un poco: ¿Vos sabes quién es la Margarita?
MANUEL. — ¡Guá! ¡Y cómo no lo vía saber!
PROTASIO. — ¡Es que no lo sabes!
MANUEL. — ¡No 1 'entiendo, Tátay!
PROTASIO. — Aguárdate y me vas a entender... ¿Te han avisao como jué
hallada la Margarita, no?
MANUEL. — Usté mesmito me contó que la encontraron una noche des-
mayada en el bajo, y juntito a su tata muerto, y que dend 'entonces, don Ri-
cardo le permitió vivir aquí, en la estancia . . .
PROTASIO. — ¿Y qué murió su tata, quemao con la luz mala, no?
MANUEL'.' — Sí, pues, que lo quemó la luz mala...
PROTASIO. — Güeno... Ahura decime: ¿ricuerdas cuando entuavía eras
una guagua, de la hija e don Cosme, que se Hamaba la Carmen?
MANUEL. — ¡La novia e Zúpay! {Persignándose) .
PROTASIO. — Eso es... La novia e Zúpay... ¿Te acuerdas, no?
MANUEL. — Sí, Tátay... Y Zúpay se la llevó p 'al infierno en una noche
tormentosa, sin que quedara ni rastro e la china. . .
PROTASIO. — Eso es... Güeno... ¡Sabé pa tu gobierno que la Mar-
garita ... e lo"' mesmito !
MANUEL.— ¡Miente, Tátay!
PROTASIO. — ¡Malhaya! ¡Mal hijo! ¡Andá, andá con la perra esa!
MANUEL. — {Fuera de sí, casi gritando). ¡Tátay! ¡Yo no quiero faltar-
le, Tátay ! ¡No meT obligue !
PROTASIO. — ¡Embrujao! ¡Si sos capaz de matarme! ¡Sí, lo creo! ¡Cómo
no! ¡Si ya estás condenao! ¡Bien condenao!
MANUEL. — ¡Tátay! ¡No me compromieta, Tátay! ¡Por favor!
PROTASIO. — ¡No! ¡Si puedes matarme! ¡Yelay, matame! ¡Matame, hom-
bre! {Cruzándose de brazos) . .
MANUEL . — ( Frenético ) . ¡Qué li hecho, Tátay! ¿Por qué me ultraja?
( Vejándose caer sobre el catre , profundamente abatido, sollozante) .
PROTASIO.— Siempre juistes obediente pa mí... ¿Dende cuándo apren-
diste s a insolentarte? {Aparte) . ¡Está embrujao! ¡Le han dao gualichú! ¡Mal-
haya !
Manuel , Protasio y Gualberta
GUALBERTA . — ¿ No si te antoja matiar, Protasio?
PROTASIO. — {Secamente). No.
GUALBERTA.— Güeno... ¿Y vos, Manuel?
MANUEL. — ( Bajando la cabeza ). No, mama.
GUALBEETA. — ¿Qué te pasa, qu 'estás ansina, muchacho? ¡Ni que te
hubiera picao 1 'escuerzo!
MANUEL. — Que le avise... mi tata.
PROTASIO. — ¡No! Avisale vos. ¿Pa qué vía “decir nada yo?
GUALBEETA. — ¿Me avisan, o no me avisan? ¡Qué demonios! Estoy en
ayunas. . . A ver, larguen el rollo. . . (Pausa) . ¡Ya mi están haciendo juntar ra-
bia, tamién!
PEOTASIO. — -Avisale, che, Manuel... ¡Avisale, hombre!
MANUEL. — ¡Aviselé usté... que sabe todito!
PEO T A di O. — ¡Tanto fregar, hom, pa decir que la Margarita... (Persig-
nándose). Que la Margarita... é novia e Zúpay!
GUALBEETA. — (Dando un salto atrás). ¡Señoritay! (Haciendo cruz con
las manos sobre el pecho). ¡Novia e Zúpay! ¿Cómo lo sabes?...
PEOTASIO. — ¡Juan lo vido todito!
MANUEL. — ¡Ah! ¡Conqu'es Juan el vichiador ! . . . ¡Ta giieno! (Con tran-
quilidad amenazadora). Le vía preguntar... (Medio mutis).
PROTASIO.— ¿P 'ánde vas?
GUALBEETA. — ¿Quién te da vela en est 'entierro ? Yení, decime...
MANUEL. — ‘¡Que le cuente Tátay! (V ase) .
GUALBEETA.— No lo entiendo...
PEOTASIO.- — Es muy fácil... Manuel ¡está embrujao!
GUALBEETA. — ¡Embrujao! ¿Qué dices? ¡Embrujao Manuel!
PEOTASIO. — Como l'oyes. No me cabe la menor duda. Lo tiene loco
la Margarita .
GUALBERTA. — Pero ¿quién te lo dijo?
PEOTASIO. — El mesmito. Yo los vide aquí, velay, en este mesmo sitio,
hace un momento . . . Estaba escondido tras de aquellos yuyos . . . Los vide ha-
blar, pero sin oyer nada . . .
GUALBEETA. — ¿Y cómo hacemos pa que el muchacho» no se condene,
Protasio ?
PEOTASIO. — -Es lo que digo... ¿Cómo, hacemo? (Pausa). ¿Si le avisa-
mo a don Ricardo pa que lo reprienda? Pueda que le haga caso al patrón...
GUALBEETA. — ¿Qué dices? ¿A don Ricardo? ¡Ni se te ponga, Pro-
tasio! . . . (En 'voz baja) . ¡Don Ricardo. . . la pretiende a la Margarita!
PEOTASIO. — ¡Tamién eso! ¡Malhaya! ¡Tamién embrujao el patrón!
GUALBEETA. — ¡Tamién! Hace mucho que lo sabía yo. No te lo dije
antes, porque. 7. no, no más. . . ¡Dende que le compró la estancia al niño Julio,
dende que don Julio se jué, se ha güelto redomón, rabioso, de todito se fasti-
dea! ¡Y le han brotao unas chispas en los ojos, que da miedo! ¿No te has fi-
jao? ¡Son como brasas los ojos!
PEOTASIO.- — ¡Sí, sí, m'he fijao! Don Ricardo es otro, dende que vive aquí
la Margarita. ¡Tamién embrujao el patrón!
GUALBEETA. — -¡Hay que convencerlo a Manuel, que la deje a la con-
denada esa; qué se vaya e la Villa por algún tiempo, hasta que las cosas
cambeen !
PEOTASIO. — ¡Cómo pa convencerlo está! ¡Se ha güelto más insolente!
GUALBEETA. — ¡Es que tamién vos sos muy arrebatao! ¡Lo habrás re-
sentío al muchacho! Dejalo que lo hable yo, y vas a ver que me hace caso. . .
Dichos y Picar do (Este por el foro)
GUALBERTA. — ¡El patrón! (A Protasio). ¡Disimulé, disimulé!
RICARDO. — ¿Juntaron la Hacienda, don Protasio?
PROTASIO. — (Esquivando su mirada'). Dejuro 1 'habrán juntao, soñor..*
BIGARDO. — ¡Cómo, dejuro! ¿No le ordené?...
GUALBERTA. — (A Protasio en voz baja). Disimula, disimuló. ..
PROTASIO. — Yo... lea dije a los peones...
RICARDO. — ¡Esa no es manera de cumplir lo ordenado! ¡Cuando jo
mando, todo el mundo obedece!
P ROTASlO . — Sí, señor
RICARDO. — ¿Quq| hace entonces? ¡Muévase!
PROTASIO. — Sí, señor... (Aparte). ¡Cruz diablo! (Vase) .
RICARDO. — (A{ Gualberta) ¿Arreglaron la pieza?
GUALBERTA.— Sí, señor...
RICARDO. — Cebe unos mates. Los. lleva al cuarto, ¡pero le advierto que
si no lo sirve como la gente, se lo tiro a la cabezal Ya sabe... (Sube a
su habitación) .
GUALBERTA. — Sí, señor... '(Mutis por la derecha).
Juan y Peones lo., 2o. y 3o.; a poco Manuel
PEON lo. — (Eiendo) . ¡Si no ha sío nada!... ¡Julepe no más! (A Juariy
que entra rengueando) .
JUAN. — ¡No es pa rairse, no! ¡La gran flauta, qué guascazo!
PEON 2o. — ¡Frieguesé con grasa d 'higuana!
PEON lo. — ¡O con sebo de ampalagua!
PEON 3o. — ¡Pa qué se metió a pialar con lazo averiao!
JUAN. — ¡Y de áhi! Porque no sabía... Se me ocurrió enlazar el ter-
nero ese, y cuando lo tenía maniao, ¡se cortó el tiento e la argolla, ¡malhaya!
y m 'envolvió las canillas con un latigazo bárbaro!*
PEON lo. — ¡Ta qu'és desgraciao, compagre! (Píe).
Dichos y Manuel, a poco , Margarita
MANUEL. — (Acercándose al grupo). Lo andaba buscando, Juan.
JUAN. — Yelaquistoy. Mande no más. (Con sorna).
MANUEL. — No se trata d'eso. ¡Tenemos que hablar, y en serio!
JUAN. — Güeno . Habí 'entonces . . .
MANUEL. — Aquí no . Solos . . . Tenemos qu 'estar solitos . . .
JUAN. — Si es lo niesmo. Naides nos estorba...
MANUEL. — Puede que sí... (Mirando a los peones).
PEON l.°< — Si es por mí... (Levantándose).
JUAN. — ¡No, amigo! Sientesé, sientesé le digo... ¡Oh, bah! Naides tiene
por qué incomodar a naides... (Pausa).
MANUEL. — (Golpeándose la pierna con el talero). Es que tenemos que
arreglar cuentas. . .
JUAN. — (Sonriendo). Y güeno. Arreglemos cuentas...
MANUEL. — (Amenazante). ¡Guaso bandido! ¡Arrastrao!
JUAN. — ¿Qué dices, mala usapúca? (Quiere atropellarlo , interponiéndose los
peones). ¡Te vía enseñar, condenao! ¡Agarrenmén porque lo achuro!
MANUEL. — (Casi gritando). ¡Vení, vení, salí al campo, hijo e porra!
Yení, vení, ¡cobarde!
JUAN. — ¡Embrujao! (Salta sobre Marmel y, al ir a descargar un golpe
de rebenque sobre su cabeza , aparece , por la derecha , Margarita , caminando con
paso de sonámbula , los ojos muy abiertos , desflocada la cabellera * Juan » que la
ve, queda paralizado. Los peones se escabullen aterrorizados) .
MANUEL. — (Tomando del cuello a Juan, levanta el rebenque , pero Mar-
garita le sujeta el brazo). ¡Margarita! .. .P
JUAN. — ( Con pavor). ¡Cruz! ( Mutis rápido).
MANUEL. — ¡Margarita! Por usté, era por usté... ( Quiere tomarle las
manos . Margarita retrocede , como obedeciendo a una fuerza extraña , y se en-
camina hacia el foro, con paso de autómata , desapareciendo por entre la arbo-
leda, mientras Manuel, sorprendido , la sigue con la mirada) .
Manuel y Gualberta
GUALBERTA. — {Que vuelve con el mate del cuarto de Pieardo) . Manue-
lito.. . Viditay. . . Te vía pedir un favor, que me hagas una mercé, negrito
mío . ( A cariciándo lo ) .
MANUEL. — {Abstraído). Mande, mama.
GUALBERTA. — Manuelito, de jal ’a la Margarita, ¡hacelo por mí, por tu
vieja, que te quiere tanto! {Manuel permanece impasible, con la mirada hada
el foro). ¡Sí, Manuelito, dejal'a la Margarita! {Manuel se estremece como si
despertara de un sueño) .
MANUEL. — ¿Qué dice, mama, qué dice?
GUALBERTA. — Dejal'a la Margarita, negrito mío.
MANUEL. — ¿La Margarita. . . La Margarita, dice?
GUALBERTA. — Sí, hacelo por mí... por vos... por tu alma, pa que no
te condenes... Dejala... Andate a otros pagos. Perdete un tiempo siquiera.
jEs necesario que juyas, Manuel!
MANUEL. — ¿Que juya?. . . Lo he pensao, mamá. . . Y vía juyir. . . {Oyense
adentro las voces de la peonada , arreando la hacienda, y mugidos que, poco a
poco, se alejan). Sí, mama. ¡Me iré, me iré muy lejos, bien lejos! ¡Pa qué
vía seguir penando aquí! La Margarita no me quiere, ¡pero me quería! No
sé qué le han hecho. Hasta hace poco m> más, no era la mesma, era otra, güeña,
como una urpilita ... ¡ Si al mirarla me parecía como que venía amaneciendo !
Y hablaba con voz de vertiente, como cuando canta 1 'agua en la quebrada . . .
Agora. . .
GUALBERTA. — Agora. . . es novia e. . .
MANUEL.^— ¡ No, mama! {Con supersticioso temor). No lo nuembre, no
lo nuembre... {Pausa). Agora... los ojos se le han hecho fríos, helaos, como
nidos con escarcha. Ya no habla con la dulzura de Uagua. . . No sé cómo
habla, pero, ¡no es la mesma, no es la mesma! ¡L'han cambiao, mama! {Sollo-
zante) .
GUALBERTA. — L'han cambiao. Por eso has d'irte, hasta que se componga,
hasta que güelv’a ser la mesmita que antes.
MANUEL.— ¡Eso! ¡Hasta que se componga! ¡Volveré cuando se compon-
ga! Entonces será mía ¿no, mama? ¿No es cierto que será mía? ¡Mía!
GUALBERTA. — Sí, Manuel, tuya, na más que tuya.
Bichos y Protasio
GUALBERTA. — Yení, vení, Protasio. Perdónalo, se va pa otros pagos.
PROTASIO. — ¿Se va? ¡Se ha convenció por fin!
GUALBERTA. — ¡Sí, pa desquererla la... perra ésa!
MANUEL. — ¡No la insulte, mama! ¡Eso sí que no!
PROTASIO. — Güeno... Así me gusta. ¡Hay que ser juerte, m'hijo! ¿De
no, pa qué sernos hombres? {Se abrazan). ¡Ya m'estrañaba que jueras tan
rebelde !
MANUEL. — ¡Tátay, perdóneme si le falt 'endenantes. . . ¡Jué sin querer,
perdonemé, Tátay!
PROTASIO. — Sí, m'hijo. {Dándole la bendición) . ¡Que tata Dios te haga
güeno, que te cuide tata Dios!
GUALBERTA. — ¿Cuándo te vas?
MANUEL. — Ahurita, ahurita no más. Mi muía está ensillada, no tengo más
que llevar .
PROTASIO. — ( Sacándose el cuchillo). Tomá, que algo te hay servir. Es
Fúnico que puedo darte.
MANUEL. — Gracias, Tátay. ¡No saldrá de la vaina p ’hacer nada malo!
GUALBERTA. — ¡Y ésto, pa que Palma se te conserve! (Se desata del
cuello una cinta negra , la besa, y se la coloca a Manuel) .
PROTASIO. — ¡Y ahura, que la mama virgen te ampare! (Acompañan a
Manuel hasta^el fondo, le abrazan, llenando la escena con palabras de circuns-
tancias, y una vez que se va, quedan un instante como mirándolo alejarse) .
Gualberta, Protasio y Michi
GUALBERTA. — ¡Yelay, mi comadre!
MICHI. — (Por el foro). ¡Güeñas tardes!
GUALBERTA. — ¡Güeñas te las dé tata Dios!
PROTASIO. — ¿Cómo te va, Michi?
MICHI. — Arrigular. Lo hi dejao a Crisanto en cama; parece qu’está con
la peste, el pobre. . .
PROTASIO. — Como yo. Pero a mí me sacude del noche no más. Tienes
que curarme, Michi.
GUALBERTA. — ¿Y de cómo te acordastes de venir? ¡Tanto tiempo!
MICHI. — Pa verlos, de pasadita. . .
GUALBERTA. — Oyé, Michi, empréstame, po, un par de bolsitas de Páni-
ma. . . Andamo con miedo e las brujerías. . .
MICHI. — Mañana, velay, como a esta hora, te las vía mandar, ¿no?
GUALBERTA. — Güeno. ¡Estamos con mala sombra en la casa!
PROTASIO. — Porque el patrón, sabes... ¡embruja!
MICHI. — ¡Qué me cuentas! ¿Quieren que les limpie la casa e malos pasos?
GUALBERTA.— ¡Y cómo no!
PROTASIO. — ¡Eso é, y aurita, che, Michi!
MICHI. — Güeno. Traiganmén un tizón apagao y ceniza e júmi.
GUALBERTA. — Aguárdate un momento. (Pase, derecha ).
MICHI. — El remedio é seguro. Así se librarán.
PROTASIO. — ¡Ojala, Michi! te vamo agradecer.
MICHI. — Siempre lo hago con güen resultao. A mí me lo enseñó ña Píchu
— que Tata Dios la tenga en su gloria. — Era la mejor curandera el pago.
GUALBERTA. — (Que trae un trozo de leña y un “porongo” con ceniza )*
Veláqui lo que has pedio.
MICHI. — Güeno... Ustedes se ponen aquí, detrás de mí, haciendo la señal
de la cruz, y sin hablar, porque, denó, se pierde la bondá del remedio. (Toma
el tizón y traza un círculo alrededor de Gualberta y Protasio. Luego hace una
cruz, con el leño, en la escalinata, y desparrama la ceniza por las gradas. So
persigna , y pronuncia algunas palabras incomprensibles). Ya está. Dentro e
dos días verán como cambean las cosas.
GUALBERTA. — Gracias, Michi. Has hecho una obra e caridá.
MICHI. — No hay de qué. ¿Me das la leña y el porongo, no? Tengo que
hacer lo mismo en el rancho viejo e los Beltranes.
GUALBERTA. — LleVá no más.
PROTASIO. — No te pierdas, ¿no?
MICHI. — No, si vía venir pasao mañana, pa ver el resultao del remedio:
¡é seguro! Güeno, adiosito.
GUALBERTA. — Que te vaya bien, Michi.
PROTASIO. — ¡Recuerdos a Crisanto, y que se mejore!
MICHI.— Gracias. (Mutis).
PROTASIO. — (Gritando) . ¡Que se mejore!
Gualberta , Protasio y Ricardo
PROTASIO. — -( Acostándose en el catre ) . Estoy como con fiebre, Gualberta.
GUALBERTA. — Maver. ( Tocándole la frente). No é nada, mójate la ca-
beza. Es que no te has lavao la cara.
RICARDO. — ( Bajando de su habitación). ¿Juntaron la hacienda?
PROTASIO. — ( Incorporándose con protitud) Sí, señor...
RICARDO.— Vaya, y degüelle un cabrito, y lo asan para esta noche.
PROTASIO. — Está bien, señor. (Vase).
RICARDO. — Y usted prepáreme maíz tostado. (Sale Gualberta por la de -
recha) .
Ricardo y Margarita
RICARDO. — (Que ha quedado en el centro del escenario, encendiendo un
cigarrillo, ve aparecer , por la izquierda, a Margarita) ¿De dófide vienes? (Con
gesto duro) .
MARGARITA. — Estaba lavando ropa en el galpón. (Temerosa) .
RICARDO. — (Cambiando de acento). Vení, acércate...
MARGARITA. — (Que se aproxima a algunos pasos de Ricardo). Mande;
señor. . .
RICARDO. — No es para mandarte. Pero vení, acércate... (Margarita se
aproxima más , cabizbaja) ¿Por qué te veo así tan triste, apartada de todos,
Tin tí} tÍí} $
MARGARITA.— Yo... señor...
RICARDO. — Sí... Medio chucara... (Tomándole las manos) Parece que
me tuvieras miedo ... ¿ Me tienes miedo ?
MARGARITA. — (Retirándole las manos con suavidad) ¿A usted, señor?
RICARDO. — Preguntaba... Como nunca me diriges la palabra... Si te
veo afuera, huyes. . . Si entras a tu cuarto, echas la llave. . . ¿Me tienes miedo?
MARGARITA. — (Nerviosa) Pero... usted... señor... se interesa por mí
tanto. . . por la guascha. . .
RICARDO. — Es un capricho, Margarita... (Friamente) Sos linda, joven,
humilde . . .
x MARGARITA. — ¿Qué quiere decir con eso, señor?
RICARDO. — (Con sonrisa sarcástica) Nada... que me gustas... que me
satisfaces... (Acercándose hasta rozarla).
MARGARITA. — ¡Don Ricardo! (Trata de huir , pero corno retenida por
una fuerza extraña , queda frente a Ricardo, ambos mirándose fijamente. Pé-
queña pausa) .
RICARDO. — ¿Por qué me detestas? (Tomándole las manos). ¿Me aborre-
ces? Decí: ¿me odias?
MARGARITA. — ¡Suélteme! (Huye por el foro. Ricardo la ve alejarse, ríe
sarcásticamente , y sube a sil habitación) .
Juan , a poco Peón l.°
JUAN. — (Que entra cuando Ricardo ríe, lo mira con sorpresa subir las
gradas) ¡Mandinga! ¿De qué se reirá? (Siéntase en una piedra y empieza a
trenzar un bozal. Pausa) .
PEON l.° — (Con un haz de leña al hombro) ¡Tuy! ¡La gran flauta con la
calor que hace! Como pa morirse, Juan.
JUAN. — Eiera está la tarde. Hasta las sabandijas juyen, buscando el
f resquito entre los yuyos.
PEON l.° — Si no refresca, hasta las piegras van a comenzar a sudar.
JUAN. — ¿Y de cómo po aquí, a estas horas?
PEON l.° — (Depositando el fardo en el suelo) Me mingó ño Protasio la
traida d’estas astillas, p’asar un cabrito que Pencargó el patrón...
JUAN. — ¿Y no tiene miedo e toparse coíi la. . .
PEON í.o —(Interrumpiéndole) ¡Chis! ¡Ni me la nuembre! ¡Entuavía se
me añuda el zonco pensando en el julepe que m'hizo pasar!
JUAN. — ¿ Se asustó?
PEON l.° — ¿Y denó? Si de vicio disparamo. ¿Y usté?
JUAN. — ¿Yo? Que me vía julepiar por tan poco, amigo.
PEON l.° — ¿Por qué juyó entonce?
JUAN. — ¡Ta que es lerdo! Pa no comprometerme, pó...
PEON l.° — -¿Ye? ¿Y lo golpió a Manuel?
JUAN. — ¡Lo castigué como a un perro! Yelay, ahieito, delante mesmo
e la. . .
PEON l.° — '¡Chis! Ni me la nuembre li dicho. . .
JUAN. — G-üeno. . . ¿No ve que juyó d 'estos pagos?
PEON l.° — -¿Juyó Manuel? ¡Ah! ¡Conque juyó el guapo!
JUAN. — ¡Claro, po! De vergüenza. El que se creiba un tigre, rebenquiao
como un cusco ... ¡ Figuresé !
Dichos y Gualberta
GUALBERTA. — (Por la derecha, aventando maíz) ¿A esta hora trabajan-
do bozales?... ¿De cómo, usté qu'es tan remolón a la siesta?...
JUAN. — ¡Qué quiere ña Gualberta! Si juera por mí me pasaba todito el
día panz 'arriba . . .
PEON l.° — Eso digo yo. Si por mí juera, hacía una sola siesta e todito
el año!
GUALBERTA. — ¡Guapos los santiagueños !
JUAN. — Disculpe : soy tucumano .
GUALBERTA. — Harina el mismo costal.
JUAN. — ¿Ye? ¡Como pa confundirlos!
GUALBERTA. — Claro pó... Hasta en lo rateros se parecen...
JUAN. — ( Riendo ) ¡Tá qué es bromista ña Gualberta!
PEON l.° — Yo no soy ratero. . .
GUALBERTA. — Güeña pieza sos... Preguntelé, Juan, que m'hizo Pacha
que se la llevó de la cocina. . .
JUAN. — ¿Cómo es eso, amigazo?
PEON l.° — Ta qu'es diabla, ña Gualberta... (Ríe).
GUALBERTA. — Reite no más...
JUAN. — Güeno... Pero ¿y Phacha?
PEON l.° — Yo no tengo ningún 'hacha .
GUALBERTA. — ¿Cómo que no? ¿No la levantastes Potra noche de la co-
cina? ¿Acaso no te vido Protasio?
PEON l.° — ¡Yo... yo no levanté ningún ^íhacha !
JUAN. — Aquí está mintiendo alguno, y yo no creo que ña Gualberta falte
la verdá.
PEON. — Es que lo que pasa es lo siguiente... Yeya, Juan...: Potra no-
che ¿sabe? dispués que matiamo en la cocina, yo salía pa ir a dormir, y, velay,
en el umbral, trompezó con un palo. Como estaba medio escuro, tantié y vide
qu'era un cabo, como si juera e pala. . . ¿Pá qué lo iba a tirar? Lo jui lleván-
dolo, llevándolo... p'al rancho...
GUALBERTA. — ¡Ta qu'és mentiroso! Decime, che, llúlla: ¿qué tenía el
palo es 'en la punta?
PEON. — Nay, no sé, pó. . .
GUALBERTA. — ¡Tenía un 'hacha, ratero. Un 'hacha nuevita tenía en la
punta !
PEON. — ¿Una qué? ¿Un 'hacha?
GUALBEETA. — :Sí, sí, un 'hacha sin estreno entuavía.
PEON.— ¿Ve?... Ni 1' había visto!
JUAN. — ( Riendo ) ¡Es claro! como estaba tan escuro...
GUALBEETA. — ¡Y esa leña!... ¿Tampoco la vistes?
PEON. — Me mingó acarrearla ño Protasio .
GUALBEETA. — Güeno. Tráila pa la cocina... ( El peón recoge el fardo
y sigue a Gualberta, que hace mutis , aventando maíz. Pausa) .
Juan y Peón 2.°
PEON 2.° — ( Que entra por el foro precipitadamente) ¡Juan! ¡Juan!
JUAN. — ( Sin inmutarse) ¿Qué hay?
PEON 2.° — ( Respirando con fatiga) ¡Una disgracia!
JUAN. — ( Dejando de trabajar , e incorporándose con prontitud) No em-
brome . . .
PEON 2.° — Hay la trayen...
JUAN. — Pero ¿a quién?
PEON 2.° — Á la... ¡a la Margarita! Parece qu 'estuviera dijunta. La
encontraron juntito a la represa. Tiene la cara ras juñada, llena e sangre...
como pa desconocerla. . . y las manos tamién, como si la hubieran chicotiao con
yuyo rupachiko... Fa mí que es cosa e mandinga. (Se persigna).
JUAN. — Así no más será. . .
PEON. 2.° — La trayen p'aquí... Velay vienen... (Indicando el grupo de
paisanos , que aparece por el foro, conduciendo a Margarita, la cual trae la cara
bañada en sangre f y rotos los vestidos) .
Bichos, Peones y Paisanos , Margarita, a poco Protasio, Guálberta y Peón l.°
(Momento de expectación . Los peones que conducen a Margarita, avanzan
lentamente, y a medida que se aproximan, lo hacen con mayor dificultad, con
visible esfuerzo, como si la carga hubiera multiplicado su peso. Así llegan hasta
junto del catre, donde la depositan con mucho trabajo, mientras Jua/n y el Peón
2.q asisten a la escena con viva curiosidad. Pausa) .
PEON 3.^ — (Con temor , apretándose los brazos, como si le dolieran) ¡Au-
mentó el peso! ¿Vieron? Cuando 1 'alzamos, era livianita. . . ¡Pero al llegar
aquí, s'hizo como quebracho!
OTEO PEON. — (Con superstición) ¡Se ha convertío en piegra! ¡Pesada y
dura como piegra!
JUAN. — (Apartándose de Margarita, con recelo) ¿En piegra? ¡Be ha con-
vertío en piegra!
PEON 3.°» — i¿No vido? ¡Apenitas pudimos sostenerla!
OTEO PEON. — Si cuasi la lar gamo . . .
GUALBEETA. — (Por la derecha) ¿Qué ha pasao? (Al reconocer a Mar-
garita, retrocede con el rostro descompuesto y se persigna , mientras el Peón l.°
que ha entrado tras de ella, hace otro tanto) .
PEOTASIO. — (Por el foro). ¿Eh, qu'és esto? ¿Una disgracia? ¡La novia
e Zúpay ! (A estas palabras, los circunstantes se arremolinant apretándose unos
contra otros, y levantando un murmullo de voces, bastante pronunciadas, como
para que Eicardo, desde su habitación, haya podido sentirlas) .
Bichos y Eicardo
BICAEDO. — (Que aparece en la puerta de su habitación, domina el cuadro
con gesto de enojo). ¡Qué barullo es este! (Adelantándose). ¿Eh? ¡Una mu-
jer herida! (Se aproxima a Margarita, en medio de la imtensa expectativa de
los circunstantes, y al reconocer a Margarita, exclama muy alto, dramático, con
acento que hace estremecer a todos): ¡¡Margarita!! (Se precipita sobre ella .
Luego , en una brusca transición, pasea su mirada por el grupo y habla fría-
mente): ¡A mi cuarto, tráiganla a mi cuarto! ( Momento de indecisión de los
peones) ¡A mi cuarto, he dicho! ( Medio mutis) .
PEON 3.°- — Señor... éste... patrón...
EICAEDO. — ( Secamente ) ¿Que hay?
PEON 3.° — j Señor... no podemos, señor! La Margarita ¡¡se ha convertío
en piegra! !
EICAEDO. — ( Dándole un empellón) ¡Desgraciado! ( Levantando en trazos
a Margarita). ¿De “piegra”, no? ¡¡Guaso bruto!! ¡¡Guaso bruto!!
TELON
Intermedio
Una Voz en la Sombra (1)
(La voz t que se acerca) — ¡Zúpay!
(Más cerca). — ¡Zúpay!
Monarca de la leyenda, viene,
y en la linde del bosque su cortejo detiene:
hay en él armonías de una música grave
que tañeran los vientos en recóndita clave.
Y en la noche enltftada,
se presiente el sigilo de una ronda ignorada . . .
El monte se estremece! Trepidan los follajes!
El Zonda descompone monólogos salvajes!
El puma inquiere el hondo secreto del momento . . .
La víbora en el árbol se aprieta a su tormento,
sacude los anillos, con música macabra,
y estira en un silbido su hipnótica palabra!
Baten alas las aves de los malos presagios,
y en los árboles rotos hay clamor de naufragios. . .
Quiebra el eco un lamento que en la noche se ahonda . . .
Pasa un féretro enorme con fantástica ronda!
gimen ayes de muerte, al ladrar, los mastines . . .
y en los charcos hay almas que lloran sus maitines...
¡Zúpay! ¡Zúpay!
Monarca de la leyenda, llega!
Es Zúpay, el bicorne, el que a la selva entrega,
Como Pan, el flautista, los sones de su caña ...
¡Por él .tiembla la tierra, y cruje la montaña!
Es Zúpay, el bicorne, que brama sus antojos;
el de patas de cabra y fulgurantes ojos,
como un sátiro viejo que en los campos divaga,
bajo la siesta enorme, bajo la noche aciaga!
Es suyo el monte, el llano, el árbol y la planta;
todo lúgubre ruido que la fronda levanta . . .
Es suyo el beso infame, la cúbala maldita,
(1) Estos versos fueron publicados en 1909 antes de estrenarse la obra.
N. del A.
la farsa de los duendes, lá música infinita
del viento, por los hondos breñales retemplada!
Es suyo el tigTe hambriento que acosa la majada!
Es suya la tiniebla, la ráfaga que azota!
j Suya la voz tremenda que en el trueno rebota!
¡Suya la eterna selva, reinado de su alarde!
¡Suya la eterna hoguera, que por los siglos arde!
(La voz , que se aleja). — ¡Zúpay!
( Más lejos) . — ¡Zúpay!
Acto segundo
(Es el atardecer. Oyese un repiqueteo de campanas que se prolonga algunos
instantes , cesados los cuales , estallan detonaciones de cohetes, entremezclados
con el golpetéo monótono del bombo regional. Poco a poco los cohetes y el
bombo suenan cada vez más cercanos, y un coro a dos voces entona aires nati-
vos. Estos no dejan de cantarse hasta que , saliendo por la izquierda una proce-
sión de paisanos y devotas , cruza el foro — haciendo comitiva a una pequeña
imagen de' la Virgen, colocada en amplias andas de abigarrados adornos, y que
es conducida por cuatrd hombres — desapareciendo por la derecha . El ruido
de los cohetes y el son del bombo van perdiéndose a lo^lejos) .
Gualberta y Protasio. que se han desprendido dé la comitiva
GUALBERTA. — ¡Una lástima que no l'acompañemo a la Mama Virgen l
¡Hoy es el dia d'ella y se puede resentir!
PROTASIO. — Sí, es una lástima, pero queda retiraito “El Tableáo" y
don Ricardo s'ha d 'enojar si nos juéramos.
GUALBERTA. — Y güeno, pacencia. Hemos cumplió siquiera con dimos
pa la Capilla.
PROTASIO. — ¿Y la Margarita, che, que no la hi visto en todito el día?
J GUALBERTA. — Ahí está, encerrada en su cuarto, como si tuviera miedo e
salir, por ser día santo.
PROTASIO. — Decime, porque yo no m'he fijao bien: ¿no le ha quedao la
cara raspada por los rasjuñones del otro día?
GUALBERTA. — ¡N adita, che! ¡Como si no le hubiera pasao nada! ¡Si
hasta eso é cosa e Mandinga!
PROTASIO. — Pero anda más tristona que de costumbre. Y la he pillao
llorando, en el galpón, y como si hablara con alguien . . .
GUALBERTA. — ¡Será con... (Persignándose) su novio!
PROTASIO. — ¡ Quién sabe! (Sentándose en un tronco). Trayé po Pagua
caliente aquí, pa que matiemos. Con la calor ésta, no es como pa encerrarse
en la cocina. . .
GUALBERTA. — La verdá. Pero s 'están formando unas nubes p'allá, p'al
lao el cerro, y son nubes gruesas.
PROTASIO. — ¿P'al lao el cerro? Entonces va llover agua, segurito...
Pero andá, trayé la pava... Tengo una cerrazón bárbara e garganta...
.GUALBERTA. — Yo tamién. Es la tierra qu 'hemos tragao. (V ase por dere-
cha . Pausa) .
PROTASIO. — (Que ha quedado pensativo , se pone de pie, repentinamente ,
como si hubiera oido un ruido a la espalda). ¿Quién va? (A estas palabraé
aparece Margarita , por la izquierda , profundamente abatida. Protasio que la
ve, se da vuelta y, aparentando tranquilidad, hace mutis por el foro, silbando
con disimulo) .
Margarita y Gualberta
MARGARITA. — ( Que se sienta en el mismo lugar que ocupaba Protasio) .
No... no es posible... Es una infamia... ¡Si le odio! ( Queda con la mira-
da inmóvil, perdida en el espacio) .
GUALBERTA. — (Sale con un tarro con brasas y una pava) . Se había
redamao Tagua... (Al notar el trueque de personajes, deja escapar un hipo
de sorpresa, y queda paralizada de terror) .
MARGARITA. — (Suspirando). ¿También a usted le causo espanto?
GUALBERTA. — (Reponiéndose) . Es que. . .
MARGARITA. — (Interrumpiéndola). ¡No, si tiene razón, si todos me
huyen !
GUALBERTA. — (Con inquietud). Como estaba, recién, Protasio...
MARGARITA. — (Sonriendo amargamente). Disparó al verme... Podía
hacerle daño . . .
GUALBERTA. — Velay, güelvo... (Medio mutis).
MARGARITA. — -¿Por qué se va?
GUALBERTA. — (Con sonrisa forzada). Vía ponerle más bras’al tarro...
sí, velay, güelvo... esperemé... sentada... (Pase).
Margarita y Manuel
MANUEL. — (Que entra por el foro, con desconfianza). ¡Margarita! (En
vos baja). ¡Qué suerte volver a verla! (Va hacia ella con efusión).
MARGARITA. — ¿Usted, Manuel? No le esperaba, Manuel.
MANUEL. — (Con tristeza). Sí, si ya lo sé, ¡qué m’ib’a esperar! ¡Si me
juí por eso! Porque no me cay’en cuenta... porque pa usté soy un estorbo...
MARGARITA. — Estorbo, no. Usted no me estorba. Otras cosas me es-
torban más, y sin embargo... Pero ¿por qué ha vuelto? Yo le pedí que se
fuera . . .
MANUEL. — ¿Y de áhi? si no Testorbo, no tiene pa qué afligirse...
MARGARITA. — Me aflijo por usted, por sus padres, por todos... (Amar-
gamente). ¡La guascha es peligrosa! Tienen razón de dispararme, de evitar
mi presencia, de cuidarse ... Si yo soy una intrusa, una malvada, que en una
mala hora vino a quitarles la tranquilidad, a robarles el reposo, a espantarlos,
a enfermarlos de miedo . . .
MANUEL. — ¡No, Margarita, no! ¡Usté no es eso, pa mí no es eso! Pueda
que pa los otros resulte mala su sombra, pero pa mí es como manto e que-
Hucisas. Por eso güelvo, aunque usté me despreeée, pa vivir siquiera ras-
triandolá, como un perro fiel, ¡como un guascho! (Pausa). Si le contara to-
dito lo qu’he sufrió durante el mes qu 'estuve alzao de la querencia, pueda
que no me creyera. Si es como pa no creerlo. ¡De vicio jué lo qu’hice pa
olvidarla, pa sacarmelá de Taima, pa no acordarme más! Olvide, me dijo
usté, tranque las puertas del corazón ... ¡ De vicio ! ¡ Pero . . . pero no me v ra
creer! ¡Si estoy hablando al viento!
MARGARITA. — No, si le creo... ¿Por qué no? Yo también sufro, sufro
mucho, mucho ...
MANUEL. — ¡Pero no hay sufrir como yo, Margarita!
MARGARITA. — Quién sabe...
quc?. no puede Seí* »No ha^ cristiano que resista pa tanto!
M Aix-brAKl I A. — ¡bm embargo, ya ve como resisto!
MANUEL. Pues, por eso, porque no hay comparar su pena con la mía.
porque usté no sabe lo qu'es encariñarse, y compriender lo qu’es irse juyendo
e la querencia, ande se ha quedao lo que uno más aprecéa, la prienda que más
estima. . . ¡Margarita! si usté hubiera vivido siquiera por un momentito den-
tro e mi alma, cuando, estuve ^ajuera, dejuro mistaría queriendo a estas ho-
ras... . ¡Cómo no! Si ni en sueños he dejao d gestar con usté a pesar de la des-
tancia. Todita la noche me pasaba revolcándomPen el apero, sin poder juntar
los ojos. . . Y cuando l;alba comenzaba con su claridá a levantarse por detrás
del monte, me figuraba ¡palabrita! veri ;a usté vestida e blanco y con cimpa
llenita e flores, y la seguía viendo hasta qu ’el sol pintaba el copet ’e la sierra . . .
Entonce. . . entonce me ponida llorar como una guagua, pensando en. . . ¡mi
Margarita! ( Tomándole las manos). Sí, mi Margarita, porque usté será mía,
a pesar de todo, aunque no quiera el mesmito Tata Dios ¿eompriende? (Pe-
queña pausa) . Pero. . . ¿por qué no me contesta?
MABGABITA. — ( Retirándole las manos , suavemente). Manuel... (Con
ternura) .
MANUEL. — Así, así quiero que me hable, con esa vocesita que me ha
cantáo al óido un mes largo, que la sentía en el viento y en Nagua, en la voz
e los pájaros, en todito lo qu’es música...
MABGABITA. — (Con voz suplicante) . Que no nos vean, Manuel, no por
mí, por usted... qué dirían sus tatas, los paisanos... Lo aborrecerían, y se
vería solo, como yo, como... (Con repentino arrebato) ¡su Margarita!
MANUEL. — (Trayéndola hacia sí). ¡Margarita! ¡Margarita! ¿Es verdá
que me quiere, que será mía? (Besa frenético sus manos , sue cabellos) .
MABGABITA. — ¡Lo quise siempre, Manuel, siempre! ¡Porque es vp^
líente, porque es el único que no huye de la guascha, porque es bueno, porque sí.
(Oculta el rostro en el pecho de Mamiel) .
MANUEL. — ¡Mía, pa mí solo! ¡Pa naides más! ¡Pa esto he venío, ju-
yendo de toditos! (Alto, dramático). ¡Qué me la quiten! ¡Maver! ¡Quién
se atreve ! (Pausa) .
MABGABITA. — Manuel, pero es necesario que huyamos, lejos, lo más le-
jos posible, a donde nadie nos vea, ni sus tatas, ni don Bicardo. ..
MANUEL. — (Interrumpiéndola) . ¿Don Bicardo, dice! ¿Y por qué don
Bicardo ?
MABGABITA. — Porque me persigue, porque él me tiene sujeta a su po-
der, porque me ha dejado más guascha que antes.
MANUEL. — Y usté ¿por qué lo dejó hacer eso?
MABGABITA. — No sé, Manuel, no me lo pregunte, no puedo decírselo.
Pero estoy encadenada. Muchas veces he querido huir, ocultarme en algún rin-
cón de la sierra, ¡lejos de todos! Y siempre me ha detenido una fuerza ex-
traña, misteriosa, que me atraía hacia él. Otras veces he escapado de aquí, re-
suelta a refugiarme en lo del señor cura, a pedirle de rodillas que me en-
cerrara, que me tuviera bajo llaves, y cuando me acercaba a la capilla, mis
pies se clavaban en el suelo, perdía la voz, y como si alguien me arrastrara,
asi, ni más ni menos que si fuera atada con una piola . . . retrocedía ... re-
trocedía... retrocedía... (Pausa). ¡Pero no le pertenezco, ni en cuerpo ni
en alma! Sin embargo... sin embargo, estoy condenada a su poder, Manuel!
(Llora convulsivamente) .
MANUEL. — Yo soy fuerte, Margarita, yo soy valiente y la libraré, pese
a quien pese. Desafiaré a todos, y será mía, nada más que mía, de su Manuel.
MARGARITA. — Sí, pero es preciso que eso suceda cuanto antes.
MANUEL . — Ahurita mesmo .
MARGARITA. — No, ahora no. Esta noche. Cuando las campanas de la
capilla llamen a la novena.
MANUEL. — Yo estaré aquí, escondido, pa que naides s 'entere. Juiremos
p'al monte, p'al cerro, p'al pueblo, p'ande quiera, ¡p'ande me mande!
MARGARITA. — No, más lejos, más lejos todavía.
MANUEL. — Gíieno, p'ande guste. . .
MARGARITA. — Lejos, a donde no puedan encontrarnos... ¡Yo no quie-
ro ser de don Ricardo! ( Ocultando la cara en el pecho de Mamiel) .
MANUEL. — ¡Suya, suya! ¡Nunca! ¡ P rimero Ner a yo di junto! ¡Suya! ( Con
risa nerviosa). ¡Ta güeno! ( Con firmeza). ¡Nunca!
MARGARITA. — ( Sacudiéndose , como a un soplo de hielo). Manuel...
Manuel... Esta noche... aquí... (Retrocede lentamente). Cuando suenen..^
las campanas. . . (Se dirige como una sonámbula hacia la derecha y desaparece ).
Manuel y Juan
(Manuel ha quedado en suspenso , indeciso , ante la extraña actitud de Mar-
garita, y al querer dirigirse en su seguimiento , nota la presencia de Juan, que -
entra por el foro con un recado al hombro) .
JUAN. — (Que ve a Manuel , deposita su carga en el suelo y avanza son-
riente hacia él). ¿Cómo le va, Manuel? ¿Ya está de güelta, no? (Tendiéndole
la mano) .
MANUEL. — (Esquivando el saludo). ¡Hay gente perra en la vida!
JUAN. — ¡D'eso está llenito el pago!
MANUEL. — ¿Lo dice por mí? (Con gesto amenazante).
JUAN. — (Envolviéndose la lonja del talero en la mano). No lo digo por
usté, pero si s 'empeña . . .
MANUEL. — (Por toda respuesta salta sobre Juan, le quita el talero, y
dándole un empellón lo tira de bruces). ¡Con que me aporriaste como a un
perro, no? ¿Con que juyí de vergüenza, por miedo de vos, no? (Dándole un
latigazo) .
JUAN. — ¡Cobarde! ¡A un hombre cáido no se le gólpia! (Quiere incor-
porarse) .
MANUEL. — (Aplicándole un puntapié). ¡No se gólpia a los hombres cái-
dos, pero se guasquey'a a las sabandijas! Aura, velay, andate a meter cuen-
tos, ¡puerco! (Mutis por la izquierda).
JUAN. — (Se incorpora , secúdese la ropa, ajustase el tirador, se requinta
el ala del chambergo , escupe , y exclama ): ¡Nay, güeno, quién me mete a
cuentero, tamién !
Gualberta y Juan
GUALBERTA. — (Por la derecha, con desconfianza , trayendo un tarro con
brasas , una pama y mate). Che, Juan, ¿estás solo?
JUAN.— ¿Y denó?
GUALBERTA. — (Avanzando). Es que recieneito, ¿sabes?, me quiso embru-
jar con palabritas dulces la Margarita. (Colocando los útiles a la izquierda, pri-
mer término) .
JUAN. — ¿La perra esa estaba recieneito aquí?
GUALBERTA. — Eso te digo, po. Si me qued 'helada de miedo, como si
redepente se me hubiera hecho escarcha la carne.
JUAN. — Con razón lo encontré a. . .
GUALBERTA. — ¿A quién, che?
JUAN. — A naides... si estaba diciendo, no más...
GUALBERTA. — ( Notando el polvo en las ropas de Juan). ¿Te has arn
dao revolcando, u qué?
JUAN. (Cotí, indecisión). ¡Si, me... sí, me... voltio la muía, hom!
GUALBERTA. — ¿Y qué, no dices que sos el mejor domador del pago?
JUAN. — No; es que s 'espantó el animal en el bajo. Pasó un ataja-ca-
mino por las patas de la muía, y claró, me largó p 'antarca . . .
GUALBERTA. — '¡Pero, hombre! Cayerte por un corcobo. ¡Ni que jue-
ras gringo!
JUAN. — ¡Cosas de la suerte!... {Aparte). ¡Malhaya!
Dichos y Protasio
PROTASIO. — ( Por la izquierda). ¡Ta la güelta que m'hizo pegar la
guascha !
GUALBERTA. — {Preparando el mate). ¿Y p'ánde te juistes?
PROTASIO. — Anduve por allú, y dispués me juí p'al bolicho. . .
GUALBERTA. — ¡Ande no habías de poder, po! ¿A qué te metés al bo-
licho? Muy bien que dende que no te machas, te ha dejao la fiebre...
PROTASIO. — Es que el mal trago, pedía una copa.
GUALBERTA. — Güeno. Sentate y matiá.
PROTASIO. — {Sentándose). Empieza a refrescar un poquito...
JUAN. — Y a llegar un olorcito como de agua, ¿no?
PROTASIO. — ¡No, si en cuanto se juntan nubes p 'al lao el cerro la
lluvia e segur it a! {Pausa).
GUALBERTA. — ¿No se han fijao que don Ricardo no ha salió del cuarto
en todito el día?
PROTASIO. — ¡Y cómo no me vía fijar!
JUAN. — Quién sabe s'iestará en el cuarto. Redepente salen por el ojo
e la llave los salamanqueros . . .
JUAN . — Y las embru j adas tamién . . .
GUALBERTA. — Sí, porque a la Margarita la encierra don Ricardo con
llave, y desaparece no más. Entonce don Ricardo s 'enoja, echa lumbre por los
ojos y sale a campiarla. Pero, redepente, otra vez aparee 'en el cuarto la
Margarita . . .
JUAN. — ¡Cosa e Mandinga!
PROTASIO. — Pa mí que don Ricardo e sirviente de Zúpay como el no-
vio e la Carmen, ¿se acuerdan? Güeno: la Carmen, era novia e Zúpay, y el
pretendient 'e la Carmen, aquel mozo churito que golvía locas a las chinitas,
era un sirviente del mesmito diablo, que se hacía el enamorao pa cuidarle la
presa pa su patrón. El mesmito caso e don Ricardo.
JUAN. — Tiene que ser ansina, no más, porque denó, don Ricardo la
hubiera ultrajao a la Margarita. . .
GUALBERTA. — Cada vez que hay tormenta me acuerdo e la Carmen...
¡Yiditay, qué noche pasamo con Protasio! ¿Usté no andaba entoavía por aquí,
no, Juan?
JUAN. — No, pues, yo no la conocí a esa Carmen.*
PROTASIO. — Donosa era la chinitilla . . .
GUALBERTA. — Mejor que la Margarita. Toditos los paisanos la co-
diceaban. Pero, como era novia e Zúpay, se quedaron con las ganas. Y jué
en una noche horrible cuando se la llevó el diablo. Estábamos en el corredor
guareciéndonos de l'agua, que cáia como diluvio, cuando en un redepente la
vemo salir disparando e la cocina y enderezar p'al bajo. A Frotasio se le ocu-
rrió seguirla . . .
PROTASIO. — Agarr'el poncho, y salí detrás d'ella. Yo craiba que se
había güelto loca. . .
JUAN. — ¿Y de cómo se animó a seguirla?
FROTASIO. — Forque sí no má...
GUALBERTA. — ¡Forque se había machao con una mamajuana de aloja,
y se sintió corajudo!
PROTASIO. — Güeno. El caso e que cuando ya Piba p 'alcanzar, un re-
jucilo bárbaro me dejó ciego, oyí un grito e la Carmen como si la mataran,
y en seguidita un trueno espantoso, como si hubiera reventao el cerro entero . . .
GUALBERTA. — Dispués lo encontramo sin séntío en medio un charco a
Protasio ...
JUAN.— ¿Y la Carmen?
PROTASIO. — Nay, se la llevó Zúpay. No quedó ni rastro, porqu'él las
arrebata en cuerpo y alma... ( Oyese un trueno lejano) ¿Han óido? ( Estreme-
ciéndose). Se arma la tormenta...
GUALBERTA. — Dejala que llegue. Aprovechamo la fresca, que'n cuan-
tito empiece a gotiar nos trancamo en el rancho hasta mañana.
Dichos , Teónn l.° y Peón 2.°, que entran por el foro , con útiles de labranza
PEON l.° — Hemos andao cerca el cerro, po allá, en la punta el potrero, y de
miedo que nos pille la tormenta rumbiamos p'aquí...
PROTASIO. — Que s 'entere no más don Ricardo que han güelto a estas
horas, sin acabar la tarea . . .
PEON 2.° — Nay, tamién si nos agarra Pagua...
GUALBERTA. — ¡Guá! ¡Tan miedoso el criollo!
PEON l.° — No é miedo a Pagua, ña Gualberta, é por las centellas. La
vez pasada nos corrió una, matándonos dos muías...
JUAN. — Y saben espantar tamién a estas horas.
PEON l.° — Cómo no... Yelay dentro el rancho viejo, quiera del potrero,
se aparece un hombre grandote, sin cabeza, y con un tizón encendió en la mano.
PEON 2.° — Lo mesmo qu'en la represa, en el sitio donde la encontramo
a la Margarita, medio muerta, y todit 'arañada. . .
PROTASIO. — Güeno, pero eso no é un espanto, sino el mesmito Zúpay.
Por eso é que la Margarita tenía la cara y las manos como si la hubieran
castigao con cadillo, porque el diablo las soba a sus novias d'ese modo pa
ir acostumbrandolás a tener coraje . . .
GUALBERTA. — A mí me contó ña Leona que cuando se las halla an-
gina, en ese estao a las mujeres de Zúpay, e porque las ha andao celando
con algún cristiano.
JUAN. — Yo vi de las otras siestas un rastro e la Margarita, junto a la
salamanca del bajo. Estaba el pie d'ella, velay, así como si hubiera pisao
en el barro, y al lao del pie, otro rastro más, como si juera e chivo.
PEON l.° — Es que andaría con Mandinga. ( Comienza a obscurecer como
cuando se encapota el cielo en los momentos que preceden a las grandes tor -
mentas. Los relámpagos , aún débiles , se insinúan entre truenos lejanos) . ¡ Fi-
guresé si nos quedamo en el potrero!
PEON 2.° — ¡Nos chúcian las centellas! ( Todos arrimados al fogón , toma/n
el mate que les ceba Gualberta) .
PROTASIO. — ¿Y m'hijo por ánd'estar'á estas horas? (Con tristeza).
GUALBERTA. — «¡Pobre Manueüto! No volvió dende que se jué, ni ha
mandao siquiera un recao pa sus tatas. . .
JUAN. — ( Con inquietud) . Si hay golver. . . el mozo está muy aquerenciao...
PEON l.° — No hay pegar así no más la güelta. . . Bástante tristón se jué. . .
( Haciendo u?ia seña de inteligencia a Juan) .
PEON 2.° — Juan ha’y saber...
PEON l.° — ( Con sorna). Eran tan amigos...
JUAN. — ¡Más ha'y saber ño Protasio!
PROTASIO. — Manuel tenía el propósito de perderse por algún tiempo
el pago. Y dijo que no golvería si no se curaba...
PEON 2.° — ¿Andaba enfermo?
GUALBERTA. — ¡Si, andaba enfermo el pobre muchacho; pero enfermo el
alma !
Dichos y Bicardo
RICARDO. — ( Que sale de su habitación). ¡Gualberta!
GUALBERTA. — Señor... ( Todos se levantan y descubren).
RICARDO . — Esta noche no como aquí . . .
GUALBERTA. — Está bien, señor.
RICARDO. — Dele la comida al Sultán... ( Medio mutis).
PROTASIO. — Patrón. . . lo va pillar Pagua y se va sin ponchó.
RICARDO. — (Con enojo). No le he preguntado si me va a pillar o no el
agua . . .
PROTASIO. — Está bien, patrón.
/RICARDO. — (Paseando su mirada por el grupo). ¿Acabaron ustedes la
tarea? , , j;jJ - I !>|»jl:N,-ati4ÍÉÍ
PEON. — (Besueltamente) . Hace rato, señor.
RICARDO. — Mañana hay que hacer lo mismo en El Remanso.
PEON l.° — Sí, señor.
RICARDO. — (Mirándole fijamente). Ustedes no han concluido el trabajo.
PEON l.° — Cómo no, señor; si hemos...
RICARDO. — (Interrumpiéndole). ¡No han concluido, he dicho! (Amena-
zante). ¡A mí no se me miente! ¡Mañana quedan despedidos!... (Con son-
risa irónica). ¡Mentirme a mí! ¡Son muy brutos para engañarme! (Vase por
el foro , lentamente) .
PROTASIO.— ¿No les dije?
PEON l.° — (Con extrañeza) . ¡Nos ha pillado! Figúrese.
PEON 2.° — ‘Claro; mentirle a un salamanquero, que ve y sabe todito, cuan-
do ordena. . .
PEON l.° — ¡Y nos quedamos sin trabajo! Mala entraña...
GUALBERTA. — No les va a faltar ande ocuparse. Si jueran viejos como
yo, pase, pero dos tamaños zanganotes como ustedes, anda quiera se menean.
JUAN. — ¡Y no va eomer aquí el patrón! ¿P’ánde irá?
PROTASIO. — De juro pa la salamanca.
JUAN. — ¿Comen tamién ahí?
GUALBERTÁ. — Dejurito. Comen lo mejorcito el pago.
JUAN.— Eso sí que no sabía. A mí me dijeron que tenían banquetes,
no más .
PROTASIO.— Es como si juera lo mesmo. Con la diferencia de qu’en el
banquete se sirve con cubiertos de plata y oro. Yo vide uno en el pueblo. Y
los de la salamanca son de la mesmita laya . Habrá más convidaos . . .
Dichos y Michi
MICHI. — ( Por la izquierda). ¡Ave María Purísima!
TODOS. — Sin pecao.
P POTASIO. — ¡Ta que lias andao alzada, Michi, hom!...
MICHI. — ( Sentándose ). Llenita e quehaceres, Protasio... ¡si dende Púl-
tima vez qu 'estuve me han tenío con los encargues como bola sin maneja!...
La peste, este año ha hecho de las suyas, no tanto aquí en la villa como allá
po atrás del Cerro. . . ¿Y a mi comagre cómo le va?. . . (A Gualberta que desde
la entrada de ésta se muestra enojada) .
GUALBERTA. — ( Secamente ). Bien... (Con ironía). T 'estaba por pedir
otro remedio.
MICHI . — Me alegro, comagre ... Se ve que tuvo ef eto el qu 'hice pa '1
patrón . . .
GUALBERTA. — (Con ponderación). ¡Sí!... ¡¡un efeto bárbaro!! ¡Una
monada el remedio ! . . .
PROTASIO. — Güeno... es que sin duda la Michi se olvidó di algo, por
eso a don Ricardo no l'hizo nada...
JUAN. — Si no hay cosa que pueda quitarles el poder a los salamanqueros. ..
GUALBERTA. — ¡Y entonces pa qué demonios se viene con tanto palabre-
río!... ¡Naides le pidió nada! ella no más se ofreció a limpiar la casa e ma-
los pasos. . .
MICHI. — Es que muchas veces s 'equivoca una, Gualberta... no es pa
que t 'enojes...
GUALBERTA. — No, si no m 'enojo... Pero las cosas deben hacerse con
formalidá... Lo que siento es el porongo que me llevastes...
MICHI. — Yelay mañana te lo via mandar...
GUALBERTA. — Sí... lo mesmito dijistes cuando te pedí que nos em-
prestaras dos bolsitas de 1 'ánima . . . Hasta ahura no han llegao . . .
MICHI. — No he podido, Gualberta... Si ando muy atariada. . . Yelay,
yo vine p 'acompañar a la Mama Yirgen en la procesión, y en cuanto llegué a
la capilla ya me agarraron tamién las hijas de ño Crisanto pa que les sanara
una guagua . . .
JUAN. — Ta qu'es disgraciao ño Crisanto... Toditos lbs changos fee
le mueren . . .
MICIII. — Hasta ahura no se le ha muerto más que uno...
JUAN. — Güeno... pero se 1 'enferman. . .
Dichos y Margarita. Luego Peón l.°
PROTASIO. — Te v'a quedar lejos pa dirte a vos, Michi, y te agarra l'a-
guacero. . . quédate, mejor, y así te vas a la madrugada. . .
JUAN. — Si puede, porque con este chaparrón...
PEON l.° — Y el camino pa su casa é fangoso en cuantito gotia juerte...
Una punta e veces ha costaliao mi muía en 'ese trayeto. ( Margarita , que apa-
rece por la izquierda se dirige hacia la derecha sin ser vista , como atraída por
una fuerza hipnóticat y oponiendo visible resistencia , hasta desaparecer) .
GUALBERTA . — Güeno . . . ahura, a chuparse los dedos: se me acabó l'a-
zúcar ...
PROTASIO. — Yelay, andate, che Mamerto, de una disparadita p'al bóli-
cho y trayé un cuarto de azúcar ...
PEON 2.° — Cómo no, ño Protasio: (Medio mutis). Pero... (Registrán-
dose los bolsillos) ... no tengo ni una miga. . .,
GUALBERTA.— Pedile no más en mi nombre al gringo. Decile que ma-
ñana le voy a llevar la aloja que le ofrecí. . . ( Medio mutis del peón. Al Ilegal
al foro se topa con el Peón 3.° que avanza dando traspiés , completamente cu-
bierto por un poncho que le quita toda apariencia humana) .
PEON 2.° — ( Dando un grito de terror). jEl espanto!... ¡El espanto!...
( Corre hacia el grupo . Los presentes se estrechan unos contra otros aterroriza-
dos, mientras el Peón 3.° sigue avanzando dificultosamente. Momento de ex-
pectación. Los truenos y relámpagos acrecen . H a obscurecido totalmente) .
GUALBERTA.— i(Que se arrodilla temblando, con voz emocionada). ¡San-
ta María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ! . . .
TODOS. — (En afligido coro). ¡Ahura y en lahura de la muerte!
PEON 3.°— (Gritando) . ¡Pijujujujú! . . . (Habiendo avanzado hasta un
paso del grupo, cae al suelo quedando inmóvil. Pausa) .
PROTASIO. — (En voz baja). Míchi, Míchi... sálvanos, Michicita... sál-
vanos. . .
MICHI. — ¡ Y qué vía poder. . . Protasio! . . .
GUALBERTA. — ¡Maver!... ¡Ustedes que son hombres, acerquensén ! . . .
JUAN. — ¡Mvé!... ¡No se juega... con estas cosas!... (Se persigna).
PEON l.° — ¡Mal... haya! (Trata de escurrirse).
PROTASIO. — No dispare, amigo... es pa pior. . .
PEON 2.° — Lo v 'agarrar lejo... e las casas.
PEON 3.° — ( Moviéndose ) . ¡Piju. . . ju jú! . . .
GUALBERTA. — (Ocultando la cara entre las manos). ¡Señorítay! (El
terror se ha posesionado de todos. Hay una pausa angustiosa) .
PEON 3.° — (Se incorpora dificultosamente y se quita el poncho ; esgrime
una botella y grita:) ¡Fijujujú! (Cayendo de nuevo).
TODOS.— ¡ ¡Ambrosio! ! . . .
PROTASIO. — (Piendo) . ¡Tiene una macha bárbara!...
JUAN. — ¡Nadita es el susto que nos ha pegao!...
MICHI. — ¡Se h'hizo una bola en la barriga!...
PEON l.° — ¿Y a mí?... Como si m 'hubieran estaquiao...
PEON. — ¡Malhaya con la broma!...
PEON l.° — ¡Cómo pa contar el caso!...
GUALBERTA. — ¡Que son flojos, hom!... (Con risa forzada).
JUAN. — Sí... flojos... ¿y usté?...
MICHI. — Eso le pregunto yo tamién...
GUALBERTA. — ¡Mvé!... pero si yo sabía, hombre...
PROTASIO. — Güeno..7Hiay que meterlo adentro al machólo éste. Sino
se va a cayer si lo largamos en 'el campo ... ¡Y con la tormenta encima ! . . .
GUALBERTA. — ¡ Maver, llévenlo po!... ¡Y no lo dispierten, porque si se
levanta va querer rumbiar p'al bolicho y en cualquier trompezón se romp’el
mate!... ( Protasio , Juan y los peones , alzan al borracho, saliendo por la iz-
quierda. Gritándoles). Al galpón, al galpón llevenlón. (A Miclii :) De verlos
tan asustaos se me h^in quitao las ganas e tomar mate . . .
MICHI. — ¡Y a mi tamién!... ¡Ta con 'el chango!... De juro que se ha
macháo siguiendo" la procesión ....
GUALBERTA. — ¡Qué manera de tronar!... (Persignándose). ¡Santa
Bárbara bendita!... ¡me dan más miedo estos rejucilos! . . . Pero vamo a la
cocina qu 'es hora e ehurrasquiar . . .
MICHI. — Como don Ricardo no va venir, tendremo giienos platos...
GUALBERTA. — ¡Tata Dios me libre!... ¡Dejar e cumplir una orden
e don Ricardo! ... ¿No ve que me dijo que le diera la comida al perro? Si no
se la doy, lo sabe ahurita no más . . . Pero tenemos mazamorra y leche coci-
nada . . . Güeno . . . mirá, che Míchi : llévame pa la cocina estos trastos, que yo
vía recoger una ropita qu'está tendida... (Míchi recoge el tarro , el mate y la
pava y sale por la derecha. Gualberta vase por la izquierda. Protasio sale por
la izquierda con una carretilla en la que conduce palas y azadas , haciendo mutis
por la derecha. A poco Peones l.° y 2.° recogen los útiles y arreos haciendo
otro tanto. En seguida Gualberta con un atado de ropa blanca cruza apresura-
damente la escena. Pausa. La tormenta acrece. Suenan débiles toques de cam-
pana. Margarita , que aparece por la derecha , vacilante , trémula , como dominada
por ' un ser invisible que la acosa , avanza hasta el centro de la escena , y con pasos
inciertos , se dirige hacia el foro , donde permanece un instante, luchando con
un misterioso enemigo) .
Manuel , por la izquierda
MANUEL. — Margarita. . . m 'esperaba. . . (Va hacia ella en momentos que ,
como impelida por una fuerza secreta , deja escapar un grito de espanto y huye
por el foro , al mismo tiempo que un relámpago intenso seguido de un trueno
formidable paralizan de terror a Manuel. Este , que va tras de Margarita , al
llegar a lo alto de las piedras del fondo , como ante u/na visión espantosa , le-
vanta los brazos, retrocede estupefacto , y grita :) ¡Margarita! ¡Margarita!...
¡Zúpay!... ¡¡ha sio Zúpay!!... ¡Me la lleva Zúpay! (Quiere correr tras de
ella, y cae fulminado por una chispa eléctrica) .
TELON
/ FIN DE LA PIEZA
NOTA. — Toda versión que no se ajuste a la presente , es falsa.
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jO DE BASTOS, de Saldías. — N.° 37: EL TANGO
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